En estos años, la lectura del tiempo también ha cambiado en la forma de entender su evolución sobre la carátula de un reloj. Quizás, de todo ese universo que se encuadra en las experiencias del lujo, ha sido el que ha ofrecido una transformación de mayor calado y también ha vivido su particular ‘Edad de Oro’ en la que se han mezclado a partes iguales creatividad, historia, deseo y conocimiento. Empecemos por el final, y antes de nada hay que precisar que es un camino de doble sentido.
Por un lado, el mercado ya no es el de antes. Mayor formación por parte del cliente implica también una mayor exigencia hacia la marca y hacia quien canaliza la presencia del producto, el punto de venta. Los relojes ya no se venden por impulso de compra sino por los valores que atesoran y muestran. Hay una mayor reflexión y no vale todo para llegar al objetivo final. De idéntico modo, las casas relojeras han desarrollado nuevas aptitudes y mayor capacidad para canalizar el conocimiento que les aporta la tradición heredada y transformarlo en progreso, una de las cualidades contemporáneas que ofrece la relojería. El conocimiento relojero ha evolucionado hacia territorios antes limitados a unos pocos y hoy es un patrimonio compartido.
De lo que no cabe duda es que esa capacidad de encontrar nuevos caminos de expresión se basa en una actitud más abierta – en un mundo que siempre ha sido muy cerrado–y sobre todo en la presencia de la creatividad. La relojería ha dado un salto de calidad, sí, pero lo más importante es que ha explorado nuevos canales de comunicación mecánica apoyado en la capacidad para sorprender, para encontrar alternativas en la forma de ofrecer el elemento básico de todo reloj, que no es otro que la lectura horaria más precisa. Por eso, la investigación se ha convertido en una piedra angular en ese repertorio de singularidad que todas, sin excepción, han explorado durante estos últimos años. Él secreto para hacerlo es ser original, y en ese sentido, parecerse al otro es un camino que resulta contraproducente. El mercado premia a los que siguen su propio instinto y lo ejecutan al margen del resto, y ahora más que nunca. Eso nos lleva al tercer punto, la historia. Es la clave para entender el comportamiento de las marcas.
Cada una de ellas ha potenciado, especialmente con el advenimiento de la época más crítica del mercado, sus valores, su sentido relojero. Y en eso la historia dicta una sentencia firme. Lo que diferencia a las grandes marcas no es solo su capacidad de inversión, sino la base sobre la que se realiza el desarrollo. Comprar ideas no garantiza el futuro, porque no está sustentado sobre el pasado, sobre el rigor relojero que todo cliente potencial exige de una marca. Eso y el deseo de tener un producto que cause admiración. Porque, por supuesto, la relojería no nunca ha dejado de ser un objeto distinguido y que distingue a su poseedor. Aunque tenga connotaciones en las que hay un punto de romanticismo, sobre todo existe un anhelo por alcanzar algo que no está disponible para todo el mundo. El reloj se ha convertido en objeto de culto y también de coleccionismo. O mejor dicho, ha aumentado su importancia entre los coleccionistas cuando realmente son piezas de valor. Marcar la diferencia es algo más que ofrecer la lectura horaria. A lo largo de estas páginas entenderá porqué.